La voz del investigador
Investigadora, cazadora de historias, visitante asidua de archivos: María Mercedes Gómez es magíster en Estudios socioespaciales y doctora en Historia de la Universidad Nacional de Colombia. Hace algunos años escribió Palabras de amor: vida erótica en fragmentos de papel. De la escritura y los relatos populares en el Archivo Histórico Judicial de Medellín, 1900-1950 (Sílaba, 2015). De esa experiencia y otras investigaciones detrás de las mujeres y sus oficios habla en estas líneas.
Me llamo María Mercedes Gómez Gómez y soy un bicho raro. Una historiadora que en los últimos años se ha dedicado a la vida de las mujeres. Casi siempre entre líneas, como invocando espectros, he ido acercándome a ellas: mujeres de élite, mujeres del pueblo, mujeres de todas las pieles, de múltiples voces; mujeres, mujeres, mujeres.
Entre los documentos oficiales, los expedientes judiciales, la prensa, la fotografía, voy oyendo el susurro lento de sus voces y revelando sus presencias y ausencias. Hasta hace cien años, más o menos, el acceso a la escritura para nosotras era un campo restringido. Solo las mujeres de la élite la ejercían, a través de diarios y correspondencia, en medio de la intimidad del hogar y de los lazos filiales. Pero había otras mujeres inmersas en el bullicio cotidiano del pueblo, en el olor herrumbroso de las plazas de mercado y en un devenir de la memoria todavía más frágil, marcado por la fugacidad de lo cotidiano. Ahora llegan hasta mí sin presagiar que un día, una mujer como yo, estará leyéndolas, porque sus voces quedaron atrapadas entre la grandilocuencia de la memoria de los hombres.
Las he visto en los archivos judiciales suplicando resarcir la honra que perdieron por cuenta de un hombre que las engañó bajo una falsa promesa matrimonio. He hallado esas cartas de amor que allegaban a los procesos como prueba, ardorosas de pasión y de delirio. También he leído cómo le suplican a un gran señor a través de una pequeña misiva, para que les colabore con la consecución de un trabajo para sostener a su familia. Ofrecen todo tipo de oficios en el campo y en la ciudad, más allá del ámbito doméstico —en las fábricas como obreras, como parteras, aguateras, lavanderas, panaderas, costureras, tejedoras de sombreros, chapoleras o cultivando la tierra, criando animales y hasta abriendo la selva—. Las reconozco en su lucha por hacerse un lugar en la literatura cuando era un espacio vetado para ellas, algunas, con miedo a la censura social, escondiendo sus escrituras tras seudónimos. En las fotografías con sus tocados y la moda de influencia parisina o con la sencillez de una mujer descalza, con los rudimentos de su oficio —una tinaja o una canasta —. Las he visto votando por primera vez o en las reuniones de asociaciones y fundaciones, liderando la construcción de hospitales, asilos, guarderías y escuelas cuando el Estado tenía una mínima presencia en la atención a poblaciones migrantes.
Sin instituciones como la Biblioteca Pública Piloto y sin su loable labor de clasificación, conservación y custodia de archivos, no podríamos recuperar estas voces e iniciar un diálogo con ellas. No podríamos habitar sus pensamientos y contar esas historias que nos conectan con lo que hemos sido.